La medicina interna, nace al tiempo que la medicina. Por ello, conocer la historia de la medicina no es sólo asunto de cultura general sino es también un saber útil. El camino recorrido permite comprender mejor la medicina en un futuro. “No se conoce bien una ciencia mientras no se analice bien su historia” (Auguste Comte).
La historia de la medicina es inseparable con la de la humanidad puesto que el hombre se preocupó desde siempre por dar cura a sus males, o por lo menos, alivio.
La medicina fue al inicio un arte sagrado y mágico. El hombre primitivo proyectó en el Universo lo que sentía dentro de sí. Tuvo conciencia de su pensamiento, de su voluntad, de su fuerza, creyó y aceptó que las manifestaciones exteriores que observaba eran debidas a pensamientos, a voluntades, a fuerzas superiores a la suya, invisibles, difíciles de retener y que encarnaban espíritus sobrenaturales a los cuales elevó al rango de divinidades. Prime-ro se dirigió a los dioses o a sus representantes para protegerse contra los peligros que le amenazaban: el huracán, las fuertes lluvias, los animales salvajes, los accidentes, el dolor, la enfermedad y la muerte. En medio de un mundo regido por fuerzas arbitrarias y caprichosas, no buscó “el cómo”, es decir el mecanismo, pero ensayó a descubrir “el por qué” y supuso que todas estas amenazas eran el castigo por una falta cometida.
El conocimiento del cuerpo humano, durante mucho tiempo, se limitó al esqueleto: diversas intervenciones para corregir fracturas y trepanaciones craneanas fueron practicadas desde el tiempo neolítico. Posiblemente no tuvieron estas operaciones un fin terapéutico, sino más bien, fueron parte de un rito místico destinado a permitir al demonio responsable de una enfermedad escaparse por el orifi cio hecho en la cabeza de la víctima.
Durante un primer periodo mítico, la Grecia antigua (1.000 años antes de Cristo), here-dera de los conocimientos adquiridos por los babilonios y los egipcios, divinizó todo. Su mitología fue compleja. Los dioses se comportaban como humanos hasta el punto que la medicina no se separó de la religión. Apolo, hijo de Zeus y Lato, era el dios de la medicina, las artes y la poesía. Asclepios, su hijo, el sanador más importante, tuvo dos hijas: la diosa Higea protectora de la salud (medicina preventiva), y Panacea, quien curaba las enfermedades (medicina curativa).
El caduceo de Asclepios representa una serpiente alrededor de un bastón rematado por un espejo o una copa. La serpiente es el símbolo del renacimiento perpetuo de la juventud en razón de sus mudas periódicas, el bastón es el arma del dios, el espejo, por sus reflejos, pretende adivinar el futuro, el pronóstico y la copa representa la farmacopea. Hermes, dios del comercio separó un día a dos serpientes que peleaban por un bastón; el caduceo de Hermes (Mercurio para los romanos) es el एम्ब्लेमा de la concordia, la prudencia y la astucia.
En el siglo VI a. C. nació la racionalidad científi ca y por primera vez el hombre se preocupó más del “cómo” que por el “por qué”. Los fi lósofos griegos como Tales, Pitágoras y Heráclito aplicaron a los fenómenos naturales medidas cuantitativas y se pensó en las predisposiciones individuales para ciertas enfermedades.
El siglo V a de C। llamado “siglo de Pericles” fue la edad de oro de la edad antigua. El genio griego resplandeció: Eurípides y Sófocles escribieron las tragedias, Aristófanes las comedias, Heródoto creó la historia, Fidias esculpió las estatuas inmortales y Sócrates y Platón instalaron los cimientos de la fi losofía occidental. Hipócrates, denominado el padre de la medicina, proclamó que la enfermedad es un fenómeno natural y no divino y, separó la medicina de la mitología y la religión. Hipócrates se dedicó a observar y describir la enfermedad (cómo lo hace un buen internista) y estudió el entorno. “El médico debe recibir sus lecciones de la naturaleza… es decir, al lado del lecho del enfermo, procediendo luego a una profunda meditación” , afirmaba el sabio. Anunció el principio de los cuatro humores que estuvieron aún vigentes en la mente de los médicos del tiempo de Molière; clasificó las enfermedades y prescribió consejos y órdenes muy precisas.
Desde el punto de vista terapéutico, formuló los principios de sabiduría que presiden la medicina curativa. “Primum non nocere”, “Natura medicatrix” y las reglas de higiene, frecuentemente olvidadas: “La moderación se impone en la alimentación, la bebida, el trabajo y el sueño”.
A Hipócrates se le deben los preceptos de deontología escritos en el juramento: deberes para con el enfermo, los colegas y los alumnos. A él también se le adeudan muchas reflexiones filosóficas, una de las cuales es: “La vida es corta, el arte duradero, la ocasión fácil de perderse, la experiencia tramposa y el juicio difícil”.
Los hijos de Hipócrates, Tesalius y Dracon y su yerno Polibo hicieron de su enseñanza un dogma exclusivo y dejaron para la posterioridad sus escritos. La infl uencia de Hipócrates perduró por muchos siglos.
Los principios médicos tienen origen helénico. Por eso se explica el porqué muchas palabras médicas tienen origen griego y latino.
Galeno (131-201), griego de nacimiento, quien vivió muchos años en Roma después de haber estudiado en Alejandría, continuó con la obra de Hipócrates, pero observador y pensador imprimió a la ciencia una tendencia más analítica, menos sintética y menos especulativa.
Años más tarde, con la caída del imperio romano, el emperador de oriente se consideró el sucesor de la latinidad. La nueva Roma, Bizancio, se convirtió en el centro intelectual y religioso para tomar luego el nombre de Constantinopla. Allí el legado hipocrático fue recogido por los médicos de Cons-tantinopla, los judíos y especialmente los arabo-islámicos.
Estos últimos tuvieron su apogeo entre los siglos X y XII. El “Canon de la Medicina” fue enseñado en todas las facultades médicas hasta el siglo XVII. Uno de los grandes aportes de la medicina árabe fue el concepto de “hospital”, a la vez lugar de cuidados para el enfermo y centro de enseñanza para los alumnos.
En siglo XVI trajo, con el Renacimiento, una renovación en los conocimientos y en la forma de adquirirlos. Una de las características fue la afirmación del espíritu crítico frente a lo desconocido y de lo presunto conocido: sabios, artistas y médicos reemplazaron el dogmatismo por la observación de los hechos, el empirismo y el análisis.
Por su parte, el siglo XVII no fue solamente un “gran siglo” político, artístico y literario sino también científico. El médico se interrogó acerca de los fenómenos y, por primera vez, se preocupó en medirlos y cuantificarlos. Los filósofos matemáticos Galileo, Descartes, Pascal, Liebnitz, Kepler, Newton y los químicos Boyle y Van Helmont inventaron instrumentos para medir el tiempo, la temperatura, औमेंतर las imágenes y analizar la realidad para encontrar la verdad.
El cuerpo, asimilado a una máquina, fue materializado y despojado del alma.
Al llegar el siglo XVIII triunfó la razón. Los métodos de racionamiento científico penetraron la medicina. La educación, las reformas sociales, las medidas higiénicas y la prevención progresaron notablemente. La anatomía, la fisiología y la patología florecieron dando frutos importantes.
Gracias al microscopio, se conocieron mejor los tejidos y la célula y se dieron los primeros pasos para las correlaciones anatomo clínicas. La idea de confrontar las lesiones anatómicas encontradas en el cadáver con los síntomas observados en vida representó un gran avance para la medicina. Jean-Baptiste Morgagni (1682-1771) fue el gran iniciador de esta metodología de estudio e investigación; Francoise Xavier Bichat (1771-1802) murió muy joven después de escribir लॉस obras fundamentales: Investigaciones fi siológicas sobre la vida y la muerte y Anatomía general aplicada a la fisiología y la medicina.
Entrado el siglo XIX, R. Virchow (1821-1902) y Ranvier (1835-1922) mejoraron las técnicas de coloración y corte de los especímenes, lo que permitió un mejor estudio histológico y por ende, de las enfermedades.
Fue así como las correlaciones anatomoclínicas fueron demostraciones brillantes a nivel de los órganos, luego a nivel de los tejidos y fi nalmente, a nivel de las células. La clasificación de las enfermedades fundamentada en la anatomía patológica sufrió un vuelco total para profundizar en las entidades nosológicas: neumonía, fi ebre tifoidea, cirrosis, tumores benignos. Los grandes clínicos de la época fueron también brillantes anatomo clínicos: Broussais, Laennec, Trousseau, Charcot y Babinski, entre otros.
La historia de la medicina es inseparable con la de la humanidad puesto que el hombre se preocupó desde siempre por dar cura a sus males, o por lo menos, alivio.
La medicina fue al inicio un arte sagrado y mágico. El hombre primitivo proyectó en el Universo lo que sentía dentro de sí. Tuvo conciencia de su pensamiento, de su voluntad, de su fuerza, creyó y aceptó que las manifestaciones exteriores que observaba eran debidas a pensamientos, a voluntades, a fuerzas superiores a la suya, invisibles, difíciles de retener y que encarnaban espíritus sobrenaturales a los cuales elevó al rango de divinidades. Prime-ro se dirigió a los dioses o a sus representantes para protegerse contra los peligros que le amenazaban: el huracán, las fuertes lluvias, los animales salvajes, los accidentes, el dolor, la enfermedad y la muerte. En medio de un mundo regido por fuerzas arbitrarias y caprichosas, no buscó “el cómo”, es decir el mecanismo, pero ensayó a descubrir “el por qué” y supuso que todas estas amenazas eran el castigo por una falta cometida.
El conocimiento del cuerpo humano, durante mucho tiempo, se limitó al esqueleto: diversas intervenciones para corregir fracturas y trepanaciones craneanas fueron practicadas desde el tiempo neolítico. Posiblemente no tuvieron estas operaciones un fin terapéutico, sino más bien, fueron parte de un rito místico destinado a permitir al demonio responsable de una enfermedad escaparse por el orifi cio hecho en la cabeza de la víctima.
Durante un primer periodo mítico, la Grecia antigua (1.000 años antes de Cristo), here-dera de los conocimientos adquiridos por los babilonios y los egipcios, divinizó todo. Su mitología fue compleja. Los dioses se comportaban como humanos hasta el punto que la medicina no se separó de la religión. Apolo, hijo de Zeus y Lato, era el dios de la medicina, las artes y la poesía. Asclepios, su hijo, el sanador más importante, tuvo dos hijas: la diosa Higea protectora de la salud (medicina preventiva), y Panacea, quien curaba las enfermedades (medicina curativa).
El caduceo de Asclepios representa una serpiente alrededor de un bastón rematado por un espejo o una copa. La serpiente es el símbolo del renacimiento perpetuo de la juventud en razón de sus mudas periódicas, el bastón es el arma del dios, el espejo, por sus reflejos, pretende adivinar el futuro, el pronóstico y la copa representa la farmacopea. Hermes, dios del comercio separó un día a dos serpientes que peleaban por un bastón; el caduceo de Hermes (Mercurio para los romanos) es el एम्ब्लेमा de la concordia, la prudencia y la astucia.
En el siglo VI a. C. nació la racionalidad científi ca y por primera vez el hombre se preocupó más del “cómo” que por el “por qué”. Los fi lósofos griegos como Tales, Pitágoras y Heráclito aplicaron a los fenómenos naturales medidas cuantitativas y se pensó en las predisposiciones individuales para ciertas enfermedades.
El siglo V a de C। llamado “siglo de Pericles” fue la edad de oro de la edad antigua. El genio griego resplandeció: Eurípides y Sófocles escribieron las tragedias, Aristófanes las comedias, Heródoto creó la historia, Fidias esculpió las estatuas inmortales y Sócrates y Platón instalaron los cimientos de la fi losofía occidental. Hipócrates, denominado el padre de la medicina, proclamó que la enfermedad es un fenómeno natural y no divino y, separó la medicina de la mitología y la religión. Hipócrates se dedicó a observar y describir la enfermedad (cómo lo hace un buen internista) y estudió el entorno. “El médico debe recibir sus lecciones de la naturaleza… es decir, al lado del lecho del enfermo, procediendo luego a una profunda meditación” , afirmaba el sabio. Anunció el principio de los cuatro humores que estuvieron aún vigentes en la mente de los médicos del tiempo de Molière; clasificó las enfermedades y prescribió consejos y órdenes muy precisas.
Desde el punto de vista terapéutico, formuló los principios de sabiduría que presiden la medicina curativa. “Primum non nocere”, “Natura medicatrix” y las reglas de higiene, frecuentemente olvidadas: “La moderación se impone en la alimentación, la bebida, el trabajo y el sueño”.
A Hipócrates se le deben los preceptos de deontología escritos en el juramento: deberes para con el enfermo, los colegas y los alumnos. A él también se le adeudan muchas reflexiones filosóficas, una de las cuales es: “La vida es corta, el arte duradero, la ocasión fácil de perderse, la experiencia tramposa y el juicio difícil”.
Los hijos de Hipócrates, Tesalius y Dracon y su yerno Polibo hicieron de su enseñanza un dogma exclusivo y dejaron para la posterioridad sus escritos. La infl uencia de Hipócrates perduró por muchos siglos.
Los principios médicos tienen origen helénico. Por eso se explica el porqué muchas palabras médicas tienen origen griego y latino.
Galeno (131-201), griego de nacimiento, quien vivió muchos años en Roma después de haber estudiado en Alejandría, continuó con la obra de Hipócrates, pero observador y pensador imprimió a la ciencia una tendencia más analítica, menos sintética y menos especulativa.
Años más tarde, con la caída del imperio romano, el emperador de oriente se consideró el sucesor de la latinidad. La nueva Roma, Bizancio, se convirtió en el centro intelectual y religioso para tomar luego el nombre de Constantinopla. Allí el legado hipocrático fue recogido por los médicos de Cons-tantinopla, los judíos y especialmente los arabo-islámicos.
Estos últimos tuvieron su apogeo entre los siglos X y XII. El “Canon de la Medicina” fue enseñado en todas las facultades médicas hasta el siglo XVII. Uno de los grandes aportes de la medicina árabe fue el concepto de “hospital”, a la vez lugar de cuidados para el enfermo y centro de enseñanza para los alumnos.
En siglo XVI trajo, con el Renacimiento, una renovación en los conocimientos y en la forma de adquirirlos. Una de las características fue la afirmación del espíritu crítico frente a lo desconocido y de lo presunto conocido: sabios, artistas y médicos reemplazaron el dogmatismo por la observación de los hechos, el empirismo y el análisis.
Por su parte, el siglo XVII no fue solamente un “gran siglo” político, artístico y literario sino también científico. El médico se interrogó acerca de los fenómenos y, por primera vez, se preocupó en medirlos y cuantificarlos. Los filósofos matemáticos Galileo, Descartes, Pascal, Liebnitz, Kepler, Newton y los químicos Boyle y Van Helmont inventaron instrumentos para medir el tiempo, la temperatura, औमेंतर las imágenes y analizar la realidad para encontrar la verdad.
El cuerpo, asimilado a una máquina, fue materializado y despojado del alma.
Al llegar el siglo XVIII triunfó la razón. Los métodos de racionamiento científico penetraron la medicina. La educación, las reformas sociales, las medidas higiénicas y la prevención progresaron notablemente. La anatomía, la fisiología y la patología florecieron dando frutos importantes.
Gracias al microscopio, se conocieron mejor los tejidos y la célula y se dieron los primeros pasos para las correlaciones anatomo clínicas. La idea de confrontar las lesiones anatómicas encontradas en el cadáver con los síntomas observados en vida representó un gran avance para la medicina. Jean-Baptiste Morgagni (1682-1771) fue el gran iniciador de esta metodología de estudio e investigación; Francoise Xavier Bichat (1771-1802) murió muy joven después de escribir लॉस obras fundamentales: Investigaciones fi siológicas sobre la vida y la muerte y Anatomía general aplicada a la fisiología y la medicina.
Entrado el siglo XIX, R. Virchow (1821-1902) y Ranvier (1835-1922) mejoraron las técnicas de coloración y corte de los especímenes, lo que permitió un mejor estudio histológico y por ende, de las enfermedades.
Fue así como las correlaciones anatomoclínicas fueron demostraciones brillantes a nivel de los órganos, luego a nivel de los tejidos y fi nalmente, a nivel de las células. La clasificación de las enfermedades fundamentada en la anatomía patológica sufrió un vuelco total para profundizar en las entidades nosológicas: neumonía, fi ebre tifoidea, cirrosis, tumores benignos. Los grandes clínicos de la época fueron también brillantes anatomo clínicos: Broussais, Laennec, Trousseau, Charcot y Babinski, entre otros.
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