Los médicos internistas somos privilegiados, no solamente porque luchamos contra el sufrimiento y la muerte con nuestra inteligencia, nuestra sensibilidad y conocimientos en
un mundo donde reina la máquina y en el cual son raras las personas que encuentran satisfacciones intelectuales en su tra-bajo. Además, porque estamos entre las personas capacitadas para refl exionar sobre los misterios de la vida, los progresos y consecuencias de la ciencia y las técnicas modernas. Con los años comprendemos que la vida y la muerte se comple-mentan mutuamente y que no puede existir la una sin la otra, que no son útiles los sistemas de aprendizaje memorísticos basados en recetas o fórmulas o técnicas diagnósticas y que
un fondo sólido de conocimientos científi cos humanísticos, y filosóficos nos permite valorar acertadamente los progresos incesantes de la actualización. Comprenderemos así que en
todo interrogante, sea anatómico, fisiológico, biológico o terapéutico se deben asociar otros elementos como son los datos históricos y las reflexiones filosóficas generales o sociológicas
que forman un todo.
Por ello, si la medicina interna quiere mantener vivas su vigencia e importancia debe promulgar rápidamente ciertas reformas: a nivel universitario, luchar por conservar su papel de tronco común de las especialidades médicas y enriquecer su estructura con la sociología, la antropología médica, la psicología; a nivel hospitalario convertirse en un departamento líder y orientador de las otras especialidades y a nivel administrativo y operativo convertirse en el paso obligado entre la medicina general y las subespecialidades médicas.
Habitualmente desconocida por los pacientes, la me-dicina interna debe hacer prueba, hoy más que nunca, de apertura, de curiosidad e iniciativa para desarrollarse aún más. Es el precio que debemos pagar los internistas por ejercer la última y más trascendental virtud del arte médico
y que muchas veces se olvida: la asistencia y la docencia.
un mundo donde reina la máquina y en el cual son raras las personas que encuentran satisfacciones intelectuales en su tra-bajo. Además, porque estamos entre las personas capacitadas para refl exionar sobre los misterios de la vida, los progresos y consecuencias de la ciencia y las técnicas modernas. Con los años comprendemos que la vida y la muerte se comple-mentan mutuamente y que no puede existir la una sin la otra, que no son útiles los sistemas de aprendizaje memorísticos basados en recetas o fórmulas o técnicas diagnósticas y que
un fondo sólido de conocimientos científi cos humanísticos, y filosóficos nos permite valorar acertadamente los progresos incesantes de la actualización. Comprenderemos así que en
todo interrogante, sea anatómico, fisiológico, biológico o terapéutico se deben asociar otros elementos como son los datos históricos y las reflexiones filosóficas generales o sociológicas
que forman un todo.
Por ello, si la medicina interna quiere mantener vivas su vigencia e importancia debe promulgar rápidamente ciertas reformas: a nivel universitario, luchar por conservar su papel de tronco común de las especialidades médicas y enriquecer su estructura con la sociología, la antropología médica, la psicología; a nivel hospitalario convertirse en un departamento líder y orientador de las otras especialidades y a nivel administrativo y operativo convertirse en el paso obligado entre la medicina general y las subespecialidades médicas.
Habitualmente desconocida por los pacientes, la me-dicina interna debe hacer prueba, hoy más que nunca, de apertura, de curiosidad e iniciativa para desarrollarse aún más. Es el precio que debemos pagar los internistas por ejercer la última y más trascendental virtud del arte médico
y que muchas veces se olvida: la asistencia y la docencia.
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