Muchos interrogantes acerca del hombre acompañan al internista durante su quehacer diario. ¿qué es el hombre?
¿cuál es el sentido de la existencia humana? Preguntas muchas veces sin respuesta que se plantean con mayor afán a la conciencia de todo médico que quiere ejercer su profesión
de un modo verdaderamente humano. En el conjunto de la reflexión filosófica, estos cuestionamientos tienden a ocupar un lugar de preeminencia.
En los momentos actuales, parece ser que la socie-dad médica está más madura para dar respuesta a estas demandas. En efecto, nunca ha sido tan amplio y tan especializado como hoy el desarrollo de las ciencias del hombre: biología, filosofía, inmunología, psicología, sociología, antropología, etc., que intentan aclarar la enorme complejidad del comportamiento humano y proporcionar los instrumentos necesarios y utilizables para regular la vida del hombre. Cada uno de estos sectores científi cos organiza un vasto panorama de conocimientos concretos y precisos sobre el hombre, para los que los tres o cuatro años de especialidad en medicina interna
constituyen, apenas, una primera iniciación. En concomitancia con el desarrollo técnico y científi co de la humanidad surge la necesidad de fortalecer el humanismo en todas sus expresiones. Muchos creen que el progreso científico y técnico asegurará automáticamente una existencia
mejor y una solución defi nitiva para todas las miserias del hombre. Sin embargo, un mundo dominado únicamente por la ciencia y por la técnica podría revelarse como inhabitable,
y esto no sólo desde el punto de vista biológico, sino sobre todo desde el punto de vista cultural y espiritual।
Martín Heidegger, apoyándose en la fi losofía de Kant, escribió: “Ninguna época ha sabido conquistar tantos y tan variados conocimientos sobre el hombre como la nuestra....
sin embargo, ninguna época ha conocido al hombre tan poco como la nuestra. En ninguna época el hombre se ha hecho tan problemático como en la nuestra”.
En términos parecidos, Gabriel Marcel asevera que “el hombre contemporáneo no sabe ya quien es y para qué existe (L’ homme problematique, 1955). En este contexto de incertidumbre y desconcierto respecto a la imagen del hombre, es que la reflexión filosófica, crítica y sistemática sobre el ser y sobre el significado del hombre se convierte en una de las tareas del médico internista para poderlo asir en su integridad física, psicológica y espiritual.
La reflexión antropológica y el análisis sobre la existencia humana constituirían, entonces, el verdadero servicio al hombre.
La medicina contemporánea propicia una distorsión con respecto a lo que es el hombre; tal distorsión podría originarse por la posición que aquél (el médico) ocupa dentro de la división del trabajo. Su sitio de observación se centra esencialmente en la especialidad que cultiva (esto
es más grave en los subespecialistas), lo que le hace caer en un enfoque limitado de la realidad como consecuencia de su preparación para el dominio de diversas técnicas (de diagnóstico y tratamiento) que tienen utilidad potencial para un determinado paciente, siempre y cuando esté aquejado de alguna enfermedad circunscrita al área especializada a la que se dedica el médico en cuestión.
De lo expuesto se desprende que la deformación profesional del médico le hace más difícil una visión del hombre en su integridad y en relación con su entorno. Por lo mismo, sus intereses de conocimiento pierden de vista que la razón de ser de la medicina es proporcionar una mejor calidad de vida de los pacientes y no sólo la normalización de ciertas alteraciones funcionales de un órgano o la nivelización de algunos exámenes de laboratorio.
Tal vez, esta deformación se debe a que al médico se le enseña a valorar la salud en función de la ausencia de enfermedad. Durante su formación se dedica a entender, identificar y tratar enfermedades y todo aquello que no cae dentro este ámbito supone que carece de interés. Aprende, igualmente, a valorar la vida desde la perspectiva de la enfermedad y, por lo tanto, tiene poco que aportar en la comprensión de lo que es la vida cuando la enfermedad no está presente. Por ello, es escaso lo que aporta a su paciente en instrucciones o consejos cuando se trata de orientarle en cómo disfrutar mejor la vida, enriquecer la existencia y promover la salud.
¿cuál es el sentido de la existencia humana? Preguntas muchas veces sin respuesta que se plantean con mayor afán a la conciencia de todo médico que quiere ejercer su profesión
de un modo verdaderamente humano. En el conjunto de la reflexión filosófica, estos cuestionamientos tienden a ocupar un lugar de preeminencia.
En los momentos actuales, parece ser que la socie-dad médica está más madura para dar respuesta a estas demandas. En efecto, nunca ha sido tan amplio y tan especializado como hoy el desarrollo de las ciencias del hombre: biología, filosofía, inmunología, psicología, sociología, antropología, etc., que intentan aclarar la enorme complejidad del comportamiento humano y proporcionar los instrumentos necesarios y utilizables para regular la vida del hombre. Cada uno de estos sectores científi cos organiza un vasto panorama de conocimientos concretos y precisos sobre el hombre, para los que los tres o cuatro años de especialidad en medicina interna
constituyen, apenas, una primera iniciación. En concomitancia con el desarrollo técnico y científi co de la humanidad surge la necesidad de fortalecer el humanismo en todas sus expresiones. Muchos creen que el progreso científico y técnico asegurará automáticamente una existencia
mejor y una solución defi nitiva para todas las miserias del hombre. Sin embargo, un mundo dominado únicamente por la ciencia y por la técnica podría revelarse como inhabitable,
y esto no sólo desde el punto de vista biológico, sino sobre todo desde el punto de vista cultural y espiritual।
Martín Heidegger, apoyándose en la fi losofía de Kant, escribió: “Ninguna época ha sabido conquistar tantos y tan variados conocimientos sobre el hombre como la nuestra....
sin embargo, ninguna época ha conocido al hombre tan poco como la nuestra. En ninguna época el hombre se ha hecho tan problemático como en la nuestra”.
En términos parecidos, Gabriel Marcel asevera que “el hombre contemporáneo no sabe ya quien es y para qué existe (L’ homme problematique, 1955). En este contexto de incertidumbre y desconcierto respecto a la imagen del hombre, es que la reflexión filosófica, crítica y sistemática sobre el ser y sobre el significado del hombre se convierte en una de las tareas del médico internista para poderlo asir en su integridad física, psicológica y espiritual.
La reflexión antropológica y el análisis sobre la existencia humana constituirían, entonces, el verdadero servicio al hombre.
La medicina contemporánea propicia una distorsión con respecto a lo que es el hombre; tal distorsión podría originarse por la posición que aquél (el médico) ocupa dentro de la división del trabajo. Su sitio de observación se centra esencialmente en la especialidad que cultiva (esto
es más grave en los subespecialistas), lo que le hace caer en un enfoque limitado de la realidad como consecuencia de su preparación para el dominio de diversas técnicas (de diagnóstico y tratamiento) que tienen utilidad potencial para un determinado paciente, siempre y cuando esté aquejado de alguna enfermedad circunscrita al área especializada a la que se dedica el médico en cuestión.
De lo expuesto se desprende que la deformación profesional del médico le hace más difícil una visión del hombre en su integridad y en relación con su entorno. Por lo mismo, sus intereses de conocimiento pierden de vista que la razón de ser de la medicina es proporcionar una mejor calidad de vida de los pacientes y no sólo la normalización de ciertas alteraciones funcionales de un órgano o la nivelización de algunos exámenes de laboratorio.
Tal vez, esta deformación se debe a que al médico se le enseña a valorar la salud en función de la ausencia de enfermedad. Durante su formación se dedica a entender, identificar y tratar enfermedades y todo aquello que no cae dentro este ámbito supone que carece de interés. Aprende, igualmente, a valorar la vida desde la perspectiva de la enfermedad y, por lo tanto, tiene poco que aportar en la comprensión de lo que es la vida cuando la enfermedad no está presente. Por ello, es escaso lo que aporta a su paciente en instrucciones o consejos cuando se trata de orientarle en cómo disfrutar mejor la vida, enriquecer la existencia y promover la salud.
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